PRINCIPIOS

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viernes, 10 de enero de 2014

La innecesidad de hacer

LA INNECESIDAD DE HACER

Lo Real es que no hay necesidad, compromiso o deber alguno de hacer nada.
Darse cuenta de la “innecesidad  de hacer” lleva a comprender que el “quid” de la cuestión no está en “qué” hago, sino en “cómo” acometo lo que sea que haga. La “naturaleza egocéntrica” llama a poner el acento en el “qué” (qué hago o dejo de hacer, qué “debo de”, qué “tengo que”,…). Y nuestra “naturaleza esencial” deja el “qué” en manos de la Providencia –nuestro “verdadero ser” en acción- y la Vida –responsabilidad al 100 por 100 de cada uno- y se centra en el “cómo” para llenar de Amor e impregnar con su vibración, con la Frecuencia de Amor, todos los hechos y circunstancias –experiencias, en definitiva- que la vida (no la programación mental) va poniéndonos por delante de instante en instante en el “Vivir Viviendo”. Y da igual el color que la mente -desde la “experiencia dual”- quiera otorgar a la experiencia –“alegre” o “triste”, “placentera” o “dolorosa”,…-. Sólo importa situar en la vibración del Amor cada experiencia que la Vida traiga a nosotros.

Centrado en el “cómo” y en Frecuencia de Amor, ejercito mis dones y talentos –cada cual cuenta con los suyos-, que se manifestarán en el día a día naturalmente, sin esfuerzo y con entusiasmo (“Dios en mi”). No en balde, los dones y talentos son plasmación y expresión directa en “mí” de la Presencia de Dios, que es yo. Lo que no quita para que atendamos, igualmente, los otros quehaceres que vengan de la mano de la Providencia y la Vida. Sin juzgar las experiencias ni etiquetarlas dualmente, las impregnaremos todas con la Frecuencia de Amor que subyace en nuestro interior. Y lo haremos sin esperar ni desear nada: sin pretender levantar en los demás ni admiración ni reconocimiento o valoración positiva. Y sin perseguir “ayudar” a nadie, pues la comprensión de la “innecesidad de hacer” habrá hecho ver la enorme carga de vanidad que supone querer incidir o interferir en el desenvolvimiento de algo donde todo tiene su porqué y para qué y todo fluye, refluye y confluye en el Amor de cuanto Es y Acontece.

“Ama al prójimo como a ti mismo”: Énfasis en el “ama al prójimo” y olvido del “cómo a ti mismo”. Esto último se ve como egoísmo. Pero no es así. Amarse a un mismo es  recordar nuestro verdadero ser y naturaleza esencial y divina; destapar el Amor que Somos y no impedir su Presencia ni su Frecuencia. A partir de lo cual, el “ama al prójimo” será tan natural que ya ni siquiera será “ama”, sino Amor, sin sujeto, en acción.

Emilio Carrillo


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